domingo, 27 de febrero de 2011

José Hernández y su “Instrucción del Estanciero”

Máximo Aguirre. 1972. Anales, S.R.A., Bs.As., 33-35.

Introducción
Al cumplirse el centenario de la apa­rición de la primera parte (1872) del poema de José Hernández "El gaucho Martín Fierro", la vida y la obra de su autor es nuevamente motivo de conferencias, ensayos, ciclos de difu­sión y toda suerte de comentarios. Posiblemente desde las primeras déca­das del presente siglo en que Lugones, Leguizamón, Rojas y Tiscornia, entre otros, enfrentando la indiferencia de cierta intelectualidad, se dedicaron a destacar los valores de la obra her­nandiana, consagrando al "Martín Fie­rro" poema nacional, pocas veces ad­virtióse como en esta oportunidad, un movimiento tan interesado en anali­zar, e incluso discutir, los alcances e intenciones del humilde folleto publi­cado hace cien años. Esta sola cir­cunstancia, está revelando, sin duda alguna, sus méritos ya que solamente el hecho de haber traspuesto una cen­turia, acrecentando día a día su popu­laridad, está diciendo a las claras de su honda penetración en el espíritu y preferencias de un pueblo. Con su obra capital se revisa y comenta la vida del poeta, pródiga en sucesos revela­dores de una existencia activa y apa­sionada, donde la política, no pocas veces vehemente de su tiempo, ocupa gran parte de su trajinar ciudadano.
Pero su pasión argentinista, rebalsando las agitadas instancias de la lucha po­lítica, supo darse treguas en medio de la polémica, para escribir su pensa­miento progresista, su ideario federa­lista, su afán de justicia. Porque re­sulta evidente que el "Martín Fierro" es, sí, gran parte de José Hernández, pero no lo es todo. Si bien su obra magistral resume con las proporciones de un monumento gigantesco realiza­do con arcilla pampeana, parte de su propia vida que fue la de muchos de su temple y de su laya, del Hernández de la madurez pueden desglosarse pá­ginas de singular valía a pesar de que Lugones, un tanto superficialmente, las haya calificado de simples "artículos de economía rural".
La Instrucción del estanciero"
Quien hoy transite las páginas de la “Instrucción del estanciero”, escritas por José Hernández en 1881 y dadas a la publicidad al siguiente año, podrá advertir cuán ligeras e ininformadas fueron las citadas opiniones del ilustre autor de "La guerra gaucha". Porque la "Instrucción" no es sólo un exce­lente tratado de “economía rural” ­‑que no es poco mérito escribirlo con autoridad y utilidad‑ sino que, ade­más, está, y bien se advierte, escrito por un poeta, un hombre que más allá del tema técnico que domina, se goza en la visión de ver a su patria conver­tida en “la nación más grande, más fuerte y más próspera del Continente Sudamericano”, tal como lo expresa epilogando su libro.
Como lo escribió
Quizá a pocos de nuestros escritores le venga mejor que a Hernández aque­lla sentencia del pensador y naturalista francés Buffon: "el estilo es el hom­bre"; porque todas las actitudes personales del autor del "Martín Fierro" corresponden a su estilo de vivir y escribir. Y si no veamos cuál es su actitud ante una circunstancia de ca­rácter personal que, justamente, dio motivo para que escribiera su "instruc­ción del estanciero". Más, dejemos que sea su hermano Rafael, su primer biógrafo, quien lo cuente. "La autori­dad incontestable que tenía en asuntos campestres ‑dice Rafael Hernández­- fue causa que el gobierno del doctor Rocha le confiara la misión de estu­diar las razas preferibles y los métodos pecuarios de Europa y Australia, para lo cual debía dar la vuelta al mun­do, siendo costeados por la provincia todos los gastos de viaje y estudios y rentado con sueldo de 17 mil pesos moneda corriente mensuales durante un año, sin más obligación que presen­tar al regreso un informe que el gobierno se comprometía a publicar. Tan halagadora se suponía esta misión ‑prosigue Rafael‑ que el decreto fue promulgado sin consultar al favorecido, quien al conocerlo por los diarios se presentó en el acto al despacho del gobierno rehusando tal honor. Como el gobernador insistiera que se necesita un libro que enseñase a formar las nue­vas estancias y fomentar las existen­tes, le contestó (José Hernández) que para eso era inútil el gasto enorme de tal comisión; que las formas y prácticas europeas no eran aplicables TODA­VIA a nuestro país, por las distintas condiciones naturales e industriales; que la selección de razas no puede fi­jarse con exclusiones por depender del clima y la localidad donde se crían y las variaciones del mercado, que, en fin, en pocos días, sin salir de su casa, ni gravar el erario, escribiría el libro que se necesitaba. Con tal efec­to escribió “Instrucción del estancie­ro”, que editó Casavalle y cuyos datos, informaciones y métodos bastan para formar un perfecto mayordomo o direc­tor de estancias y enseñarle al propie­tario a controlar sus administradores".

Cuenta luego Rafael Hernández que ante el rechazo del principesco viaje por parte de su hermano, la gira le fue ofrecida a él, quien tampoco acep­tó ‑era entrañable el afecto que les unía‑ hasta que finalmente fue de­signada otra persona que, a juicio del gobierno, estaba en condiciones de es­cribir el libro requerido. "El viaje se hizo ‑relata Rafael Hernández, en su "Pehuajó, nomenclatura de las calles" editado en 1896‑ el informe se im­primió en 5.000 ejemplares de 10 to­mos, los gastos fueron fastuosos y puntualmente pagados ... más el re­sultado, previsto por Hernández, está lejos de competir con el de su libro criollo".
Todo un hombre
Este episodio de la vida de José Her­nández, es, sin duda, revelador.
En primer término de su inalterable conducta de hombre público y priva­do. El era consciente de que un estu­dio de esa naturaleza, además de gra­voso para las rentas públicas, iba fi­nalmente a resultar inoperante en el medio que debía actuar. Pero, ¿quién puede permanecer insensible a las re­galías de un viaje como el que le pro­ponía el gobierno de la provincia?
Aquel que sostuviera en su obra ge­nial que "con codicias no me mancho" permanecía, años después de expresar­lo por boca del gaucho Martín Fierro, fiel a sus principios. Y en la vida de Hernández este no es el único rasgo revelador de su irrenunciable sentido de la ética y su honesta defensa del bien público. Por otra parte esa era la herencia que les había dejado el padre a los Hernández. Don Rafael, hijo de un acaudalado comerciante español, don José Gregorio Hernández Plata, desde joven hubo de ganarse la vida como resero ‑en el antiguo sentido que la palabra "resero" tuvo en la pro­vincia de Buenos Aires, es decir, de comprador y vendedor de reses‑ has­ta que fallecida su esposa, Isabel Puey­rredón, lleváse a sus hijos varones, José y Rafael, al campo. Junto al pa­dre, conocedor profundo de las cos­tumbres camperas, ambos muchachos adquirieron, con los conocimientos ru­rales la observancia de un tradicional código de hidalguía que fue blasón del hombre de nuestro campo. Más de diez años ‑de los 9 a pasados los 20­- estuvo José Hernández junto al padre, tropeando con él, durmiendo sobre esa gran "cuja camera" del suelo pampea­no, o "sacudiéndose el polvo sobre los bastos", como lo proclamara orgullosa­mente su gaucho Martín Fierro. Con sus condiciones de "observador fino y de criterio" como le dijera Mariano A. Pelliza en carta de 1878, José Her­nández fue elaborando un conocimien­to que habría de llevarlo a ser uno de los hombres más informados del am­biente campesino bonaerense y lito­raleño de mediados del siglo XIX.
Su "instrucción"
Toda persona vinculada a las activi­dades pecuarias de nuestro país ad­vertirá recorriendo las didácticas pági­nas de la “Instrucción del Estanciero” de José Hernández, cuán extenso y profundo era el conocimiento que tenía su autor del tema tratado. Y aunque parte de los procedimientos recomen­dados hayan perimido ‑no en balde han transcurrido más de noventa años de su publicación‑ no dejará de reco­nocerse que muchos de sus consejos todavía pueden ser de utilidad para quienes están al frente de estableci­mientos dedicados a la cría del ganado vacuno, yeguarizo y lanar. Su conoci­miento está presente en todos los de­talles, como por ejemplo, aquel refe­rente a los planteles de mulares cuan­do expresa que la mula tiene la pro­piedad singular de quitarles los potri­llos a las yeguas. Es cariñosa con ellos, los busca, los acaricia hasta que consigue hacerse seguir y como no tiene qué darles se les mueren". O cuando observa, refiriéndose al cui­dado de los puesteros con los lanares: "Si hay cardales, debe hacer en ellos sendas para que las ovejas salgan al grito. La oveja es de muy buen oído estando llena". Y aunque ya se haya prácticamente perdido la costumbre del acarreo de hacienda vacuna a pura uña animal. ‑¡Oh!, los heroicos tiem­pos del acarreo por tierra!‑ no pode­mos eludir la tentación de transcribir algunos párrafos del libro de Hernán­dez relacionados con este trabajo, este oficio ‑el más macho al decir de Güiraldes‑ tan estrechamente vincu­lado al hombre de nuestro campo. A propósito de la manera correcta de arrear al vacuno, dice que sólo el ca­pataz deberá usar arreador. "El peón arrea con el silbido y el grito de cos­tumbre. Esto «del grito», diremos de paso, tiene también su mecánica". Y agrega poco más adelante: "En la frontera del Estado Oriental y Río Gran­de, campos montuosos y de serranías, los rondadores de hacienda prestan mucha atención a la clase de gritos que ha de emplearse arreando y espe­cialmente rondado ganado. Estos gri­tos son únicamente interjecciones en «a», «e», «o» y no emplean jamás las que suenan en «i», «u» porque ellos dicen que inquietan y alborotan a los animales". Finalmente Hernández anota lo que podría denominarse "decálogo" del capataz resero o acarreador como se le llamaba en aquellos tiempos. Afirma que arreando hacienda es don­de se prueba el conocimiento del hom­bre de campo. "Es ‑dice‑ como el marinero en la tormenta".
El hijo del país
Pero no se piense por esto que el libro de Hernández sólo se expresa en anotaciones curiosas ‑sobre todo para los costumbristas de nuestro tiempo‑ como las que hemos, en parte, trans­crípto. ". . todo los animales -dice-­ son de distinto paladar y tienen dife­rentes modos de comer. El vacuno es el menos delicado, come todos los pastos, pero prefiere siempre los más altos, como que al comer lo hace en­volviéndolos con la lengua. El yegua­rizo es delicado, tiene un olfato muy fino y percibe el olor del agua y del pasto tierno de mucha más distancia que el ganado vacuno". Y en seguida describe la manera de comer de la oveja que "generalmente saca la raíz" del pasto, no así el carnero que “aga­rra el pasto más arriba y no pega tirón para arrancarlo como hace la oveja”.
Desde el cuidado del vacuno, cría, engorde, marcación, enfermedades, etc., hasta el tipo de construcción ru­ral aconsejable para aquel tiempo; des­de la mejor manera de tratar la coram­bre hasta el conocimiento de los pas­tos buenos y malos, nada escapa al enfoque de este meduloso trabajo del autor de "Martín Fierro". Pero hay algo que merece comentario especial y es la parte, diremos, humana del libro; la que se refiere al personal de un establecimiento de campo. Aquí Hernández vuelve a ser Martín Fierro ‑nombre con el cual se le identifi­caba al extremo de llamársele, ya siendo parlamentario, el "senador Mar­tín Fierro"‑ porque reclama para "el hijo del país" un trato que lo redima de su condición de paria ‑"raza des­heredada por nosotros mismos", diría por aquellos años Santiago Calzadilla. En uno de los capítulos de su Ins­trucción" sugiere la formación de colo­nias con hijos del país, sustrayéndolos de esa manera a las desviaciones que el ocio, muchas veces forzoso, conde­naba al criollo tan apto y esforzado para las labores ganaderas. Pide que, por lo menos se le otorguen las faci­lidades dadas al inmigrante y no se le condene al sacrificado servicio de fron­tera o a matrerear entre los pajales. "Ningún país es rico si no se preocu­pa de la suerte de sus pobres", ex­presa, anticipándose en cierta manera a los sociólogos de medio siglo des­pués. Y quien tal sostenía no era un demagogo ni un resentido.
Superados los años difíciles, José Hernández cuando escribe su Ins­trucción del Estanciero" es senador y estanciero él mismo. Es que su per­manente contacto con la campaña le ha llevado a ver no solamente sus po­sibilidades de explotación agropecua­ría sino también las posibilidades del "hijo del país", como denomina generalmente al criollo, de creársele las condiciones ambientales y de justicia que diez años atrás reclamara para la sufrida raza de Martín Fierro. Mas adelantándose a quienes pudiesen ver en su actitud una posición xenófoba contraria a la inmigración, expresa renglones más abajo: “No se crea por esto que miramos con prevención al elemento extranjero; no, muy lejos de éso; conocemos su influencia en el progreso social y si el país pudiera ofrecerle mayores beneficios creemos que debería hacerlo, para acelerar la provechosa obra de la colonización. Bienvenidos sean los obreros del pro­greso”.
Tal, a rasgos sumarios, este poco conocido libro de José Hernández, cuya obra monumental empequeñeció, es cierto, todo lo escrito por él antes y después de la aparición de "El Gau­cho Martín Fierro". Son sí "páginas de economía rural" como decía Lugo­nes, pero, que sin duda fueron muy útiles en su tiempo en mérito a la gran versación de Hernández en la ma­teria y lo seguirán siendo en razón del espíritu argentino y generoso que la anima, que es precisamente lo que más pervive de esta obra acorde, por otra parte, con la vida toda de su autor.

http://www.produccion-animal.com.ar/informacion_tecnica/origenes_evolucion_y_estadisticas_de_la_ganaderia/14-hernandez.htm