sábado, 21 de mayo de 2011

El peso del pasado Julio Bárbaro

Para LA NACION - Viernes 25 de marzo de 2011
Los individuos y los pueblos necesitan tanto de la memoria para convertir el pasado en sabiduría como del olvido para no ser prisioneros de ninguna obsesión. En nuestro presente, el pasado es más una carga que nos agobia que un capítulo de nuestro camino hacia un mejor futuro. Lástima por los dolorosos resultados de una confrontación que algunos imaginan poder reiterar revirtiendo el resultado.
Si el exilio de Perón en sus 18 años terminó en una democracia con cimientos de estabilidad, los errores que la frustraron parecen ejercer mayor atracción que las virtudes con las que aquel líder se despidió de su pueblo. Parece que no sabemos elegir su último gesto de conciliación en el abrazo con Balbín, sino la dramática expulsión de la plaza de un sector de la juventud y el pensamiento de los expulsados.
La teoría pueril que asignaba a Perón vicios reformistas y ensalzaba a los jóvenes con virtudes revolucionarias no sólo fue parte de la tragedia, sino que en alguna medida integró una concepción suicida que prefería el sacrificio del héroe al sólido camino político del pueblo.
Nadie ignoraba la voluntad y decisión asesina de los sectores de derecha autóctonos; sólo una conducción políticamente insensata suponía estar en condiciones de confrontar militarmente con las Fuerzas Armadas. Debo aclarar que ninguno de nosotros imaginó los límites que la demencia asesina iba a superar en nuestra realidad, pero la famosa y poco analizada "contraofensiva" es un acto suicida que sólo puede montarse sobre una negación psicótica de la realidad.
Era indispensable que con la democracia se consumara el castigo a los culpables, se eliminara para siempre a aquellos sectores cuyo pensamiento y conducta asesinos no podían convivir con una sociedad dispuesta a transitar la libertad y la cordura. Pero si la decidida acción de la Justicia contra los restos de la dictadura era imprescindible, esto no autoriza a que se reivindique el pensamiento ni el accionar del perseguido: las atrocidades del victimario no convierten en válido el pensamiento de la víctima.
Recuperar la visión de los expulsados de la plaza mientras se critica a Perón como si su intento desesperado de consolidar la democracia fuera erróneo es un triste retraso en el camino de la democracia y la pacificación nacional. Porque esto trae aparejada la concepción según la cual los que nos quedamos en la plaza nos equivocamos. Lo que se discutía en aquel tiempo era el ejercicio de la violencia en el seno de la democracia, y quienes la reivindicaban lo hacían en la convicción de que ese camino conducía al poder. La consecuencia primera era, entonces, dejarnos a nosotros en el lugar del reformista para instalarse ellos en el espacio de la revolución.
La elección de la figura de Cámpora marca un primer error. Cuesta entender si Perón lo elige sólo por las limitaciones de la dictadura o si además intenta dejarlo como responsable del gobierno. Pero cuando les otorga a los jóvenes una enorme cuota de poder que incluye más de veinte diputados nacionales, gobernadores y ministros, lo hace con el objetivo de que abandonen la violencia e inicien su experiencia política desde el poder. Fue el último intento de evitar la tragedia.
Cómo olvidar aquellas largas discusiones, por ejemplo, sobre la voluntad de ocupar el Ministerio de Economía, ya que hasta Gelbard, en su concepción, resultaba poco revolucionario. Es que nunca entendieron el proceso de la democracia y el camino hacia el poder: el ala militarista había avanzado demasiado y ejercía la conducción, siempre soñando con la guerra y su triunfo. Cómo olvidar tampoco charlas con algunos de sus jefes, que nos planteaban la necesidad del golpe militar para que el pueblo los acompañara en la guerra popular y prolongada. Es difícil aceptar que aquellos que opinábamos sobre el error y sus consecuencias terminemos cuestionados y que quienes optaron por el camino de la tragedia fuesen los dueños de alguna verdad revelada.
Evita es inentendible al margen de Perón; la lealtad de Cámpora aparece como una virtud excesiva, y sólo una imaginación sin sustento puede verla como alternativa. Así, se deforma el pasado para traer al presente sus desaciertos y olvidar sus verdades. Porque el heroísmo es tan indiscutible como insostenible la escasa razón que lo asistía. En cambio, los votos constituyen un tributo popular a la memoria de Perón, a una epopeya donde fueron ellos los actores de la historia. Es tan respetable que sectores remanentes de la izquierda argentina se integren al Gobierno como carente de sentido que quienes jamás tuvieron peso político ni presencia electoral se acerquen con soberbia a criticar a nuestro líder y se erijan en dueños de un progresismo alternativo.
Brasil, Chile y Uruguay ejercen en política buena parte de aquella sabiduría que Perón trajo en su retorno. Duele sentir que cuando ayer fuimos la avanzada, hoy algunos "imberbes" en edad de jubilarse intenten recuperar fracasos perdidos.
Perón abraza a la guerrilla con la intención de recuperar la democracia y pretende integrarla para evitar males mayores. No supimos entenderlo y ya no nos basta con haber pagado duramente las consecuencias de ese error: intentamos reiterarlo.
El presente es pobre en sus propuestas, la sociedad transita entre el fanatismo de las minorías y la desesperanza de los que no encuentran en quién confiar. Urge recuperar el diálogo porque la confrontación está tan marcada por los excesos como por la pobreza de las ideas en juego.
¿Quién puede restarle validez al compromiso de los jóvenes? Sin embargo, resulta impensable que se dé en el marco del ensalzamiento de Cámpora y de la tergiversación de la figura de Evita.
La dictadura fue nefasta; la guerrilla, heroica, y el pueblo, un personaje ausente de dos minorías que se disputaban la conducción de su destino. La violencia sólo se justificaba para enfrentar a la dictadura y era condenable en democracia, la misma democracia que fue un acierto tanto ayer como hoy. Dividir a la sociedad con criterios maniqueos no implica hacer justicia, sino encontrar enemigos para justificar las limitaciones de nuestro propio pensamiento. Conducir, decía el general, implica poner voluntades en paralelo, y cuando en su célebre frase cambió "peronista" por "argentino" estaba dando por concluida la etapa de la confrontación.
Asumir los aciertos y superar los errores de nuestra historia es una necesidad. Es tiempo de que el dolor de aquel sangriento golpe de Estado se convierta en sabiduría y experiencia de la democracia actual.
© La Nacion

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