domingo, 25 de octubre de 2009

HISTORIAS DE VIDA La increíble historia del sargento “Patria”

Según el relato de David Carruthers
Este artículo es presentado por el My (R) Sergio O. H. Toyos, siendo de autoría del fallecido Sr. Douglas Philip. Cuenta con los permisos de la familia para su respetuosa publicación y puesta a consideración de nuestros lectores, por el alto significado que posee para la “Pequeña Gran Historia” de nuestra Patria.La Historia de la Patria, no se hace solamente con los héroes emblemáticos, perpetuados en el bronce, el mármol, la pintura y recordados en innumerables muestras de reconocimiento: nombres de poblaciones, de calles, de instituciones de todo tipo, etc. En ella, también están incluidos también los hombres y mujeres que en forma silenciosa y que sin quizá, habérselo propuesto, aportaron y continúan haciéndolo en el día a día, el necesario granito de arena con el que se construye nuestra nacionalidad.El relato que sigue, por cierto, verídico y comprobable, nos muestra a uno de estos personajes. Una vida azarosa, aventurera y dura, que por aquello de las “circunstancias” que menciona Ortega y Gasset, refiriéndose al hombre en general, nos muestra a uno totalmente desconocido para la Gran Historia, que por instinto de supervivencia y por imperio de las cosas que le tocó vivir, ofreció su existencia en función del servicio, noble, sacrificada y abnegadamente, trascendiendo sólo por eso. Uno de tantos desconocidos, que vivieron y brindaron de sí, en circunstancias parecidas, legándonos una parte de lo que somos y tenemos como argentinos… En definitiva, un ejemplo para seguir… Hace ya algunos años, me desempeñaba como personal civil docente del Ejército, cumpliendo funciones como jefe de trabajos prácticos en el Servicio Histórico del Ejército. Mi tarea consistía en llevar a cabo investigaciones y asesoramientos de carácter histórico, del mismo modo que en recibir y orientar en sus trabajos, a un numeroso público civil y militar que buscaba informarse en nuestros archivos sobre datos que sirvieran para sus propias investigaciones. Así fue como conocí al Sr. Douglas Philip, un hombre ya mayor, que apareció un día, acompañado de una señorita parienta suya, residente en Canadá, quien venía a nuestro país a investigar para su tesis universitaria, en los antecedentes de los inmigrantes de origen escocés que se fueron estableciendo con el correr de los años en nuestro territorio.El Sr. Philip, en contactos mantenidos con su pariente canadiense, le había referido una increíble historia que había vivido un ancestro por vía lateral de su familia hacia mediados y fines del siglo XIX. Por las notables circunstancias que la caracterizaban, se habían constituido en una parte importante y curiosa de la tradición oral familiar, pasándose de boca en boca, y generación tras generación, alcanzando la versión escrita, a través suyo. El Sr. Douglas Philip decidió compilar en idioma inglés los recuerdos de la familia, dedicando un rico apartado a este personaje, cosa que hizo a mediados de 1962. El relato se desarrolla así:
Una Historia de Familia

Según el relato de David Carruthers


21 de Junio de 1962


“No pretendo bajo ningún concepto, ser escritor, pero deseo dejar sentado, más o menos cómo ha sido mi vida en este país en que he nacido ( la República Argentina).


Mi padre, James Smith Carruthers, fue un escocés que vino a la Argentina, allá por 1860, a trabajar en el campo, en la cría de ovejas, primero en una estancia de la familia Gibson y más tarde en uno de la familia Gilmour, por la zona de Mar de Ajó.


Con el tiempo, pudo arrendar un campo, siempre en la zona de Mar de Ajó y se casó con una de las hijas de la familia Gilmour.


Esta historia relata lo que les sucedió a mis abuelos Gilmour en su estancia “Monte de los Blancos” alrededor, alrededor de 1840, en las épocas de Rosas.


Mi tío, Daniel Gilmour, tenía cuatro o cinco años cuando apareció un gaucho en la casa de sus padres. Como era la costumbre, lo invitaron a tomar mate y luego a comer un asado. En un momento dado, el gaucho se quedó solo en la cocina y al regresar mi abuela, lo vio cómo escondía bajo su poncho una barra de jabón de las que hacía mi abuela con grasa de oveja y luego los ponía a secar sobre una tabla.


Tan indignada estaba mi abuela que lo echó de la casa diciéndole que si se lo hubiera pedido, se lo habría dado, pero no aceptaba que le estuviese robando. El gaucho se fue maldiciendo y jurando venganza.


Al pequeño Daniel lo ponían sobre un caballo manso para que aprendiese a andar, nada más que con un cojinillo de cuero de oveja por montura. De repente, una mañana de niebla se dieron cuenta que no estaba y sus padres y hermanos lo empezaron a buscar sin encontrarlo. Alguien comentó que el gaucho que quiso robar el jabón había sido visto merodeando por el lugar, pero nada se sabía de Daniel. A los pocos días apareció el caballo de vuelta en la casa, pero nada del pequeño, y una familia que vivía cerca de la costa, encontró un bulto de ropa que pertenecía a Daniel, por lo que llegaron a la conclusión que el niño se había desvestido para bañarse y se había ahogado. Esto fue creído por todo el mundo, excepto por mi abuela quien decía que su pequeño Daniel estaba vivo y rezaba para que apareciera, pero el tiempo fue pasando sin que se supiese de él.


Muchos años después, vino un día a, “Monte de los Blancos”, un caballero “nativo” que era un funcionario de tierras o algo por el estilo. Este señor fue invitado por mis abuelos a almorzar y en esa ocasión se quedó mirando largamente a mi abuelo y a mi tío Robert, que para entonces, era un muchacho de 22 años. Finalmente dijo que en sus viajes por la frontera, en un apartado fortín de la provincia de Santa Fe, había conocido a un joven que era la viva imagen del señor Gilmour y de su hijo Robert. Tiempo después estuvo haciendo averiguaciones para darle datos a mi abuelo, pero no tuvo éxito pues lo debían haber trasladado a algún otro fortín lejano.


Volvieron a pasar los años y, cuando se produjo la guerra brutal entre Argentina y Paraguay (1860 – 1865), un oficial del Ejército Argentino recién vuelto del frente de batalla, se encontró con mi abuelo y le dijo que un joven soldado regular, alto y muy rubio, era idéntico a él, que estaba seguro que era el joven Daniel y que aún estaba combatiendo en el frente.Mis abuelos eran amigos del general Manuel Campos y lo fueron a ver. El general llevó a mi abuela a reconocer los soldados que estaban regresando del Paraguay, pues la guerra estaba terminando. ¡Pobre abuela! Recorrió fila tras fila de soldados sin poder reconocer a su hijo ya que, como se pudo saber mucho después, Daniel se había quedado en Corrientes, con severas heridas sufridas en los combates finales, por lo que no pudo ser desmovilizado con sus camaradas.


Tiempo después, luego de doce años de matrimonio, siempre criando ovejas en Rincón de Ajó, mi padre había llegado a la conclusión que, por las bajas condiciones de los campos de la zona, no era buen negocio seguir en esa empresa. Fue así que aceptó una propuesta de Mr. George Corbett, de llevar su majada de ovejas a un campo distante de la provincia de Buenos Aires, en la margen sur del Arroyo Grande, en el partido de General Pringles, hoy partido de Coronel Dorrego, cerca de Bahía Blanca.


El lector se preguntará qué tiene que ver la vida de Daniel Gilmour con el arreo de las ovejas de mi padre a Arroyo grande, pero hete aquí que cuando mi padre, luego de días de cabalgata, llegó al campo de Mr. Corbett, se encontró con una pulpería donde estaban unos cuantos pobladores. Según la costumbre campera fue muy bien recibido, e invitado a participar de un asado que se estaba haciendo fuera del boliche, mientras los participantes conversaban. Uno de ellos comentó que la tropa de carretas de Chumarro, había acampado por la noche, a una legua de donde ellos estaban y otro preguntó si el rubio Nicolás González, seguía a cargo de la tropa. El primero contestó que sí pues lo había visto y entonces, mi padre preguntó si el encargado de las carretas era rubio y muy alto.
Volvió a contestarle el hombre que sí, que tenía una gran barba roja y que era un sargento de frontera, que había llegado a la zona después de combatir en la guerra del Paraguay.Entonces, mi padre preguntó si podría ver al hombre rubio y uno de los presentes le dijo que sí, que él tenía que seguir galopando hasta donde estaban las carretas y le iba a decir que mi padre quería verlo pues pensaba establecerse en el pago.


A la mañana siguiente, este hombre rubio llegó al lugar y luego de atar su caballo al palenque, se acercó tranquilo a donde se estaba haciendo el asado y dijo: -‘Buen día, señores'- y a mi padre: –‘¿Usted me quiere ver, señor?'- Mi padre asintió y le preguntó su nombre: –‘Nicolás González, su servidor'- contestó-. Mi padre le dijo: ‘-Usted no es Nicolás González. Usted es Daniel Gilmour.


'Papá contó después que tan pronto lo vio, estuvo seguro que era Daniel, pues era la imagen perfecta de mi abuelo Don Mateo Gilmour.


Este hombre le preguntó a papá por qué lo había llamado por un nombre que él no conocía. Papá dijo: –‘Sentémonos y charlemos. Te he llamado por tu verdadero nombre y si puedes contestarme algunas preguntas, te explicaré el significado de todo esto. ¿Recuerdas si alguna vez, siendo niño, si hablaste en un idioma distinto al español que usas ahora?'--‘Sí'-, le dijo. –‘Cuando era muy chico hablaba algún idioma “gringo” pero no sabía cuál era. Me acuerdo que mi tata a veces me gritaba ¡Che, Gringo!'--‘Bien'-, siguió papá. -‘Yo puedo decirte ya que en tu rodilla derecha tienes un lunar negro'.--‘¡Sí!'-, contestó Daniel. –‘Recuerdo que por muchos años tuve esa mancha negra en la rodilla, pero desapareció cuando una lanza india me hirió allí esta fea cicatriz en su lugar.'-‘¿Recuerdas quién te llevó en su caballo cuando eras muy pequeño?'--


‘Sí, mi tata Nicolás González'.--


‘¿Y por qué le decías “tata” a ese hombre?'--


‘Porque él decía que era mi padre y yo no conocía ningún otro. Y ya que me lo pregunta, no era bueno conmigo. Era borracho y jugador y cuando yo no le podía llevar algo de plata a la tardecita, me golpeaba.'--


‘¿Y cómo ganabas esos pocos centavos que le llevabas a tu tata?--


‘Casi siempre, haciendo mandados para los oficiales a cargo de los fortines en la frontera con los indios, en el sur de Mendoza, San Luis y sur de Córdoba. Pero mi tata se puso muy enfermo y se murió. Yo debía tener unos doce años pero no sé bien, porque desconozco la edad que tengo.'--


‘Estoy perfectamente convencido', -dijo papá- ‘que eres mi cuñado. Yo estoy casado con la menor de tus hermanas, Mary, a quien nunca conociste pues nació unos diez años después que te raptaran. Te propongo que dejes tu trabajo de capataz de carretas y te vengas conmigo para encontrarte con tus padres, quienes no te han visto por más de cuarenta años. Ellos se están poniendo muy viejos y tu madre está bastante enferma.'-


Daniel al principio no consintió con lo que papá le propuso, diciendo que cómo iba a volver con unos padres que no conocía y a los que les crearía problemas, pues ni siquiera sabía hablar en su idioma. Sin embargo, luego de una charla, papá logró convencerlo que lo mejor que podían hacer era regresar juntos a Rincón de Ajó.


Ahora volveré atrás para contar algunas cosas que le pasaron a “Dan” durante su vida de soldado. Durante la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, ganó dos medallas por su valor en combate. Una por salvar la vida de un oficial. En medio de una furiosa batalla, cuando se había ordenado retirada, un oficial apellidado Del Carril, cayó con una pierna destrozada por una bala. Dan lo alzó y lo llevó a salvo, a riesgo de su vida, hasta las propias líneas. En otra oportunidad, cuando se había ordenado pasar al ataque para desalojar al enemigo de sus posiciones, éste ofreció una resistencia tan enconada que, ante las fuertes pérdidas, hubo que emprender la retirada. Al alcanzar la seguridad de la trinchera propia, Dan notó la falta de un camarada, a quien creyó oír quejarse dentro de la trinchera que acababan de abandonar ante la presión del enemigo. Allí mismo, pidió permiso a su comandante para regresar en busca del herido, siendo autorizado pero advertido que podía costarle la vida. Y allá fue, a salvar a su compañero, regresando ileso con él a cuestas.


Más adelante, ya hacia el final de la guerra, resultó gravemente herido en combate y fue trasladado a retaguardia y hospitalizado en Corrientes.


Al regresar a Buenos Aires recibió sus jinetas de sargento primero, siendo destinado al servicio de fortines, para controlar los malones que los indios lanzaban sobre los nuevos pobladores de la pampa.


Dan sirvió en la frontera entre doce y catorce años y estuvo en varios fortines, de algunos de los cuales fue el jefe. Aquí voy a mencionar que en Paraguay a Dan le volaron de un tiro un pedazo de oreja. En ese entonces, a los caballos que no tenían dueño, se les cortaba media oreja y se los destinaba a las guarniciones del Ejército. Se los llamaba “caballos patria” (como a los todos los pocos y pobres efectos que proveía el Estado, a las fuerzas militares). Y así, Dan cargó con el mote de “Sargento Patria” y cuando estuvo al frente de un fortín en la provincia de San Luis, éste se conocía como “el fortín del Sargento Patria” y más adelante, “Fortín Patria”. Cuando se tendió la línea del Ferrocarril al Pacífico por el territorio de San Luis, la estación más cercana a este fortín se llamaba “Dixonville” (en homenaje a un distinguido vecino del lugar, que cediera parte de sus propiedades para la instalación de la vía y levantar la estación). Ahora, (merced a una moción presentada en 1925 al entonces Ministro de Obras Públicas de la Nación , Dr. Roberto M. Ortiz por un grupo de vecinos de la localidad), se llama “Fortín El Patria”, no sé si por Dan o no, pero me han dicho que antes se llamó “Sargento Patria”.


Durante sus años de lucha contra los indios, Dan fue una vez capturado por los ranqueles y mantenido en cautiverio en las tolderías hasta que por un error del cacique, lo mandó a abrevar su caballo preferido en una laguna cercana. En cuanto pudo, Dan se montó en el caballo y huyó al desierto ocultándose durante el día en los montes de algarrobos. Tras galopar por dos noches seguidas, pudo llegar hasta su fortín, ganándose entonces el mote de “indio rubio”.


En otra ocasión, una mañana brumosa en que andaba patrullando con un oficial y otros dos soldados, distinguieron a la distancia a un grupo de jinetes. Contra la opinión de Dan, que pensaba que eran indios, el oficial ordenó acercarse en la seguridad que se trataba de otra patrulla de militares. Cuando se enfrentaron, no pudieron resistir el ataque de los ranqueles, que mataron al instante al oficial y resto de los soldados, dejando a Dan tras desnudarlo, para divertirse probando sus lanzas en él, pues lo reconocieron como el cautivo rubio que se les había fugado. La primera lanza se clavó en el suelo y Dan la pudo recoger alcanzando a matar dos indios con ella. Luego, los indios fueron clavando sus lanzas en el cuerpo del caído, que quedó de cara al suelo con una lanza rota atravesando sus costillas.


Milagrosamente en ese momento, un grupo de paisanos armados que andaba galopando por la zona, obligó a los indios a desbandarse tras unos pocos disparos.


Los paisanos, eran gente de Chumarro, quien más adelante incorporaría a mi tío a su tropa de carretas. Lo alzaron y lo pusieron en el lomo de un caballo como si fuera una res de oveja y lo llevaron hasta el rancho de Chumarro, donde permaneció por meses debatiéndose entre la vida y la muerte, hasta que, restablecido, comenzó a trabajar en las carretas.


Vuelvo ahora a la parte de mi relato en que papá lo convenció a Dan de regresar con sus padres. Primero papá tuvo que arreglar su situación con el Ejército, pues aún no había sido licenciado. También se ocupó de tramitar con las autoridades la cesión de las tierras que le correspondían por sus servicios en la frontera y en la guerra del Paraguay, las que le fueron otorgadas y que luego se perdieron por la mala fe de gente deshonesta.


Después de días de duro galope fueron primero al campo de mi padre, donde papá le presentó a mi madre, la hermana que nunca había conocido, a la que más tarde llamó siempre “la viejita”.


En la mañana siguiente, los dos jinetes, luego de cambiar caballos, continuaron su viaje hasta “Monte de los Blancos”, de donde Dan había partido hacía más de cuarenta años atrás.


Cuando llegaron, papá no quiso alterar a sus suegros con una repentina aparición de Dan, pues ya eran muy viejitos, así que dejándolo junto al palenque, se adelantó y les dijo:-‘He traído un amigo a verlos, que me ha acompañado en mi viaje al sur.'-


Ante la pregunta de mi abuela, hizo una seña a Dan, quien se adelantó hasta donde estaban ellos. Cuando lo vio de cerca, mi abuela le dijo a su marido: -‘¡Dios sea loado, Mathew, Jim nos ha traído a nuestro Daniel de regreso!´-


Papá solía decir que nunca olvidaría la reunión de Dan con sus padres, cada uno tomándolo de una mano y no parando de abrazarlo.


Dan se quedó a vivir con mis abuelos, que al poco tiempo dejaron el campo y se mudaron a una casa que compraron en el pueblo de Lavalle, y los acompañó y atendió en sus necesidades. Cuando murieron en 1886, era el único hijo que estaba con ellos. Ahora descansan en el cementerio de la Iglesia Escocesa de Chascomús.


Cuando Dan quedó solo juntó su tropilla de caballos y se dirigió al sur, donde había ganado su fama de valiente pero no fortuna.


Para entonces, mi padre había arrendado un campo a cinco leguas de lo de Corbett, cerca de las sierras, sobre el arroyo Sauce Grande. Nunca olvidaré cuando, siendo yo un niño pequeño, llegó a casa un hombre grande a caballo y luego de apearse y ajustarle la cincha, se acercó adonde estábamos con mi madre y mis hermanos. Llevaba un poncho mojado, pues era un día lluvioso y cuando abrazó a mi madre pensé quién podría ser ese hombre y por qué la abrazaba.Dan se quedó a vivir con nosotros y, por supuesto, fue el héroe idealizado de nuestra niñez. Nunca nos contó a los niños de guerras y batallas, pero algunas veces en la tarde, junto al fuego del hogar, solía charlar con papá sobre las cosas que había tenido que pasar. Recuerdo que solía levarnos a los niños a bañarnos al arroyo Sauce Grande, cercano a nuestra casa, y allí pude ver, cuando nos quitábamos la ropa, las terribles cicatrices que cubrían su cuerpo.


Dan se encariñó mucho con mi hermana mayor, Bessie y cuando ella se casó en el año 1893 con William Sherriff, se fue a vivir con ellos a su estancia.


Hacia fines de 1894 enfermó seriamente debido a las calamidades que debió soportar en su vida errante como soldado y papá y mi cuñado Sherriff lo enviaron al Hospital Británico en Buenos Aires, donde falleció.Así terminó la vida de Daniel Gilmour, un hombre querido y respetado por todos los que lo conocieron y, agrego al final, el héroe absoluto de sus sobrinos, sin haberles dicho nunca nada sobre sus años en el Ejército…
El presente trabajo tan sólo rescata una sola de las tantas historias de vida, que ignoradas por la Historia Grande, contribuyen desde su desconocimiento, a formar los aportes que sin embargo la cimientan y le proveen corporeidad desde lo profundo y lo antiguo. Casos como éste hubo muchísimos a lo largo de nuestro pasado e incluso los hay en el presente. Su anonimato, no carente de esfuerzos, sacrificio, sufrimiento y olvido, constituye el crisol donde se funden los valores más auténticos de la nacionalidad, obligándonos a reflexionar sobre las circunstancias de nuestro pasado, para que encaminando el presente, logremos un futuro digno de nuestro sentir nacional… Esta es la traducción resumida y adaptada de la historia escrita por David Carruthers en 1962, cuando tenía 76 años. Se ha traducido únicamente la parte referida a Daniel Gilmour, en septiembre de 1997.


“Nativo”. Expresión usada por algunos angloparlantes, en especial los británicos, para referirse a los nacidos en el país, no descendientes de británicos. http://www.soldadosdigital.com/2009/los_protagonistas/los_protagonistas06-01-09.htm

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