domingo, 28 de agosto de 2011

El crimen organizado debilita las bases del estado y la sociedad La invasión de las mafias

Luis Gregorich Para LA NACION
Martes 31 de mayo de 2011
EN Política y delito , uno de sus tempranos y aún disfrutables libros de ensayo, Hans Magnus Enzensberger cita -en versión libre- lo que él considera una de las primeras descripciones literarias de las organizaciones mafiosas. Se trata de un fragmento de Rinconete y Cortadillo , una novela ejemplar de Cervantes, que muchos de mis lectores y yo mismo hemos leído en la escuela secundaria: "Si vuesa merced es un pícaro, ¿por qué, entonces, no pagó su derecho de portazgo? Os aconsejo que vengáis conmigo a ver el Presidente de la honrada Hermandad y que no os atreváis a robar sin su permiso, ya que esto os resultaría caro. ¿O acaso creísteis que el robar era una profesión liberal sin impuestos ni contribuciones?".
La honrada Hermandad que menciona esta versión de Cervantes no es una invención del escritor. Por el contrario, existió realmente en España y es un firme antecedente, arraigado entre los siglos XV y XVII, de las entidades criminales, preferentemente itálicas del Sur, consolidadas en el siglo XIX y expandidas a América del Norte a comienzos del XX. Trátese de la Cosa Nostra siciliana, de la 'Ndrangheta calabresa o de la Camorra napolitana, estamos en presencia de grupos organizados jerárquicamente, de rigurosa administración, divididos en "familias" que guardan estricta lealtad endógena, y que de esta manera convierten al crimen, a la "protección" compulsiva y a la extorsión en actividades lucrativas y seguras, lejos de la improvisación de ladronzuelos o vulgares carteristas.
Desde hace muchas décadas, las mafias se han ido especializando, consagrando parte de su vocación delictiva -quizá la más próspera- al tráfico y distribución de drogas ilícitas, ordenadas territorialmente. Los países con mayor riesgo son, como es obvio, los grandes productores y los grandes consumidores de droga, pero también hay causas políticas y sociales que potencian el peligro: la pobreza, las fuertes desigualdades, el autoritarismo, la fragilidad de las instituciones, la falta de apego a la ley.
¿Cuál es el lugar que ocupa la Argentina en este inquietante cuadro? No se han conocido hasta ahora investigaciones exhaustivas, ni hay a mano estadísticas confiables, salvo la voz de alerta de organismos internacionales, que nos adjudican la condición creciente de país de tránsito; es decir, de centro de distribución que lentamente, también, ha ido incrementando el consumo. Aparte de las mafias de la droga, por lo general mexicanas o colombianas, hemos soportado, asimismo, mafias rumanas, expertas en la importación y exportación de sus compatriotas, y seguimos soportando mafias chinas, dedicadas casi con exclusividad a brindarles "seguridad" a sus connacionales empeñados en el útil comercio del supermercado de barrio. No se han descubierto huellas de las mafias rusas, que tanto prestigio han ganado después de la caída del Muro de Berlín. De algunas sospechas acerca de entidades bancarias o financieras de la plaza, sólo puede decirse que son indemostrables.
¿La historia se acaba aquí? ¿Simplemente estamos sometidos al perturbador ataque de estos burócratas del delito? ¿Nada hace que merezcamos, entonces, la calificación de Estado mafioso o -peor todavía- sociedad mafiosa que cada vez con mayor insistencia nos endilgan sociólogos e historiadores?
No la merecemos, tal vez, desde la perspectiva restringida que hemos utilizado hasta aquí; pero sí, y a no dudarlo, a partir de una significación más amplia, que termina necesitando e incluyendo a la anterior.
Hay que apelar al Diccionario de la Real Academia Española para encontrar, en sus sucesivas reediciones la ampliación del uso y popularización de una palabra que la Academia, con buen criterio, se limita a recoger. Ante la presencia cada vez mayor y variada de mafias y mafiosos en el mundo, más acepciones en el Diccionario . La primera, tradicional, es la que no nos concierne: "Organización criminal de origen siciliano". La segunda y tercera, recientemente incluidas, ya nos han contaminado: "Cualquier organización clandestina de criminales" y, más todavía, "grupo organizado que trata de defender sus intereses". Esta última sería perfecta si añadiera... "y privilegios".
Lo primero, la mirada atónita y pasiva, cuando no cómplice, del Gobierno y las fuerzas de seguridad frente al surgimiento acelerado de pequeños jefes mafiosos, generalmente asentados en villas y barriadas humildes de la ciudad autónoma y del Gran Buenos Aires. Su oficio consiste, esencialmente, en vender droga y armas. Puede tratarse del miserable y devastador paco, destinado a su vecindad, o de la más aristocrática cocaína, que irá a parar a zonas más pudientes. En ambos casos, se registrará la dependencia y la destrucción de la voluntad de los consumidores. Ellos mismos serán los principales compradores de armas clandestinas, que inician una ronda infernal. Aunque no hay cifras confiables, es evidente que la criminalidad y las drogadicciones se han ido incrementando en los últimos años, sin que los dirigentes políticos hayan hecho gran cosa para dominarlas, a pesar de sus protestas acerca de la justicia social y la redistribución del ingreso. A una vivienda construida, se necesitan diez; a diez aulas escolares levantadas, hacen falta cien; a cien cloacas instaladas, se requieren mil.
Llegamos así a los mencionados políticos y al propio Estado, cada vez más teñidos de color mafioso. No por nada, descendemos, en buena parte, de las culturas latinas mediterráneas. Vale la pena repetir las palabras de Tom Hagen, personaje de El padrino , la monumental trilogía cinematográfica de Francis Ford Coppola, sobre la novela homónima de Mario Puzo: "Los italianos piensan que el mundo es tan duro que hace falta tener dos padres; por eso, todos tienen un padrino".
Entre nosotros también existe esta estructura mafiosa, sobre todo en los sectores desposeídos. A cambio de la adhesión política, estos protectores o defensores del pueblo extraoficiales reparten subsidios o entregan artefactos domésticos, según las necesidades de quien los recibe. La contraprestación suele ser, aparte del voto, la obligada asistencia a un acto partidario, por ejemplo de apoyo al intendente del partido respectivo del conurbano. Aunque todos los partidos grandes ejercen esta forma mafiosa de asistencia, el peronismo tiene, de lejos, la mayor experiencia en la materia, por tradición fundante y ejercicio tenaz del poder desde el populismo. El puntero populista mira con cariño y un poco de nostalgia anticipada a sus protegidos: sabe que si se educan y prosperan en la vida, podrían renunciar a su afectuoso consuelo.
Palabras mayores, en materia de organización y filosofía mafiosas, las representan los sindicatos, en especial los conducidos por la ortodoxia peronista. No debe olvidarse que Perón creó, entre nosotros, el sindicalismo de Estado, claramente inspirado en modelos fascistas, aunque después tomara otros caminos, incluso la resistencia durante regímenes militares. Largamente favorecidos por el Estado cuando el partido afín gobierna, los sindicatos oficialistas (hoy lo son) se convierten en socios mafiosos de empresas concesionarias, sobre todo en contratos de obras sociales, construcciones de hoteles y sanatorios para los afiliados, y otros asuntos menores. Sus cúpulas, reelegidas durante décadas, robustecen su patrimonio personal en forma inexplicable.
La llamada "mafia de los medicamentos" es la punta filosa de un iceberg que mostrará más aristas delictivas en la medida en que la Justicia, a su vez amenazada por sistemas mafiosos internos, decida jugarse a fondo. Ya se sabe qué papel han desempeñado estos mismos sindicatos las pocas veces que le tocó gobernar a un partido opositor: escaso diálogo con el gobierno, acción coordinada con el peronismo político, huelgas generales y violencia en las calles. También, al fin y al cabo, se trata de resistencia. Y no se crea que las correspondientes fuerzas empresariales, con sus nichos bien protegidos y su desapego por la competitividad, son virtuosas en todos estos sentidos.
Por último: el carácter mafioso de nuestro Estado, el más grave y dañino de todos, se confunde con la palabra "corrupción". Quien ha gobernado más, es más corrupto. Otra vez contratos multimillonarios sospechosos, subsidios manipulados, compras innecesarias que perforan cualquier superávit o logro financiero. Decenas de miles de nuevas e inútiles contrataciones de personal a cambio de reconocible militancia, y sin respeto por la carrera administrativa o los concursos de méritos. Estamos hablando de todos o de casi todos los gobiernos que gestionaron nuestro Estado, pero más específicamente del que nos rige hoy.
A nuestros dirigentes políticos, en vísperas de definirse candidaturas presidenciales y posibles alianzas, habría que decirles, de nuevo, que la negativa a reunirse y alcanzar acuerdos mínimos podría no ser intransigencia o fidelidad a una ideología. Podría ser espíritu mafioso, maña corporativa, y que la lucha contra las mafias y la corrupción, en voz alta, debería ser uno de los ejes de toda campaña, incluida la de la Presidenta. Para que no tengamos que decir, como Vito Corleone, el protagonista de la primera parte de El padrino , interpretado por Marlon Brando: "Nunca digas lo que piensas fuera de la Familia" (la mayúscula es nuestra). © La Nacion

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