domingo, 28 de agosto de 2011

TEMAS QUE DEBERIAN INTERESAR - Pasan cosas raras en otros países

Jorge Fernández Díaz - LA NACION -Domingo 12 de junio de 2011
En un país lejano y exótico los periodistas de un diario descubrieron que el jefe de gabinete habría aumentado veinte veces su patrimonio en cuatro años y decidieron publicar la investigación. La opinión pública de esa nación extravagante se sintió conmovida y asqueada por el escándalo. Y la presidenta de la república, frente a las simples sospechas, en lugar de reaccionar como si se tratara de una delación o una mentira, le pidió la renuncia a su principal colaborador. Lo hizo sin escudarse detrás de la desestimación de un fiscal y sin reprocharles a los periodistas la denuncia, es decir, sin aseverar que el diario en el que trabajaban formaba parte de una conspiración destituyente o era el instrumento pérfido de una sinarquía internacional. La jefa de Estado tampoco les ordenó a propagandistas pagados por el erario para que desacreditaran a los denunciantes privados. Y más aún: los militantes de su propio partido terminaron aprobando que se limpiara de corrupción su gobierno para no manchar la causa y para seguir teniendo chances políticas y sociales.
Ese país disparatado y recóndito, que tan lejos se ubica de la Argentina, no queda en Africa ni en Asia. Queda acá nomás, y se llama Brasil. La presidenta es una tal Dilma Rousseff y no forma parte de la "derecha". El jefe de gabinete se llamaba Antonio Palocci y no era una pieza cualquiera: actuaba hasta ahora como el gran factotum político del gobierno del PT. Y el diario, finalmente, es Folha de S. Paulo, que vende 1.500.000 ejemplares y viene practicando el periodismo de investigación con gran solvencia durante muchas décadas y frente a distintos gobiernos. Cada una de las cualidades de esa sociedad verdaderamente democrática en la que intentamos mirarnos es una lección dolorosa para los argentinos.
Aquí los enriquecimientos del elenco oficial kirchnerista nunca importaron demasiado, cientos de causas con trapisondas y corrupciones permanecen en un limbo conveniente y amañado, cada vez que un periodista denuncia algo es ninguneado o tratado como golpista, y el cuerpo social deglute el asunto como si fuera información chatarra mientras espera la hora de Marcelo Tinelli.
En Brasil, por supuesto, la esgrima pública entre el gobierno y la prensa existe y durante la última campaña electoral fue muy ruidosa, pero nunca avanzó en terrenos punitivos. Lula se quejó dura y amargamente sobre la incomprensión mediática, y amenazó con una reforma de medios que luego, sin embargo, congeló. En una oportunidad, dijo que algunos periodistas "inventaban" informaciones. Inventar es una mala praxis que ningún periodista profesional serio puede consentir. Pero después dijo una frase que alguna vez pronunció Carlos Menem y que podrían repetir los kirchneristas: "Vamos a derrotar a algunos medios que se comportan como si fueran partidos políticos y no tienen el valor de decir que lo son y que tienen candidato". Un diario puede, como ocurre en Estados Unidos, declarar en un editorial su preferencia por un candidato, pero no puede embanderar la acción de su cuerpo profesional en esa preferencia. Si lo hace, está cometiendo otro pecado.
Cuando los enojos pasaron, Lula admitió que gracias a la libertad de prensa "llegué donde llegué" y agregó un concepto fundamental sobre la praxis periodística: "Si uno todos los días es favorable al gobierno, pierde credibilidad. Pero lo mismo ocurre si todos los días se es contrario. Los dos extremos son una necedad". Esa ecuanimidad fue despreciada en la Argentina semanas atrás por el mismísimo Aníbal Fernández.
La heredera de Lula dijo que jamás avanzaría sobre mecanismos de censura contra los medios gráficos. Y al asistir a la celebración de los 90 años de Folha de S. Paulo, el diario que acaba de denunciar a su funcionario, Dilma hizo una declaración de principios: "Una prensa libre, plural y de investigación es imprescindible para un país como el nuestro".
El otro día Daniel Filmus, con la ingenua intención de abonar a la idea de que los medios eran diabólicos para con los gobiernos populares de América latina, contaba lo que Lula le había revelado: el 75 por ciento de las notas aparecidas en la prensa escrita brasileña durante la campaña habían sido negativas. Filmus colegía que algo debía estar pasando porque el PT igualmente había ganado con comodidad. No está pasando, en realidad, nada novedoso. La idea de que los medios de comunicación son omnipotentes y que el ciudadano es estúpido y maleable parece ser la convicción de un gobierno que hizo su experiencia en un feudo provincial (Santa Cruz) y que en lugar de realizar una autocrítica por la última derrota electoral, sacó la conclusión de que los periodistas habíamos hipnotizado a las grandes mayorías. Los medios, especialmente la televisión, tienen influencia en el comportamiento social y cultural del ciudadano de a pie. Pero está históricamente demostrado que, cuando se trata de elegir en las urnas, los pueblos eligen según su conveniencia más íntima. De hecho y según casi todas las encuestas, es probable que este año la mayoría del pueblo vote por Cristina Fernández de Kirchner. Lo hará, equivocado o no, para premiar la economía y no por la "guerra cultural" de la que viven muchos propagandistas de Estado. Ninguno de ellos debería convalidar ni prestarse al descrédito sistemático de honestos periodistas de investigación que, como los de Folha de S. Paulo, todo lo que quieren hacer es limpiar la política y hacer periodismo.

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