miércoles, 20 de noviembre de 2013


Es a través de un texto escrito por Horacio Ortiz que se titula “La memoria de un pago gaucho”.

En la edición de ayer del diario La Nación, en el suplemento Campo, aparece una nota a través de la cual se destaca a María Rosa Arancedo y a General Madariaga.
Dicha nota dice lo siguiente:
“Por diversas razones, este partido bonaerense tiene bien ganada su reputación de "pago gaucho" y ostenta esa condición con orgullo desde el lugar que le tocó en suerte, sobre una geografía variada que va desde las medias lomas a los montes de tala rumbo a las lagunas y pajonales, en un descenso que termina en los médanos de Pinamar.
En este contexto no puede sorprender que se evoque con profundo sentimiento las artes tradicionales a través de numerosas festividades.
De esta vertiente fluye la obra de María Arancedo -a quien todos allí conocen como Bocha-. La escritora es la memoria viva de su comunidad, no sólo por ser descendiente de una de las familias que participó de los tiempos fundacionales sino porque su curiosidad constante la llevó a investigar sobre el anecdotario de este partido, que ya tiene 101 años.
Criada en un campo donde había ochenta mil ovejas al cuidado de sesenta peones, entre los que su padre era mayordomo, a María la asaltó tempranamente la inclinación a la lectura y la escritura.
En ese mismo lugar recibieron la educación escolar por parte de una maestra particular. "Era todo muy distinto: cuando llegó el tiempo de la secundaria nos armaron un baúl y nos mandaron pupilos a Buenos Aires -recuerda María-. Nadie nos preguntó si extrañábamos o no y cuando nos quisimos acordar volvimos con el título debajo del brazo."
Se casó joven, pero eso no le impidió, mientras criaba a sus hijos, ser directora de escuela, empleada municipal y técnica en Turismo.
A través de sus cuentos, que ha publicado en libros y ha difundido desde la radio, se puede conocer la curiosa historia del pueblo. María ajusta el relato al rigor histórico y desgrana los sucesos con fechas y nombres de los sacrificados pobladores de hace cien años.
"Un caserío en torno a una esquina era todo lo que había en aquél cruce de caminos donde se encontraban el que venía desde Dolores hacia La Costa y el que iba para El Tandil -relata-. Esos campos habían pertenecido a los Anchorena, pero ahora estaban en manos de Benjamín Carlos Zubiaurre, dueño de la estancia La Esperanza, que había heredado a los siete años cuando su padre murió y el precoz propietario debió partir a vivir junto a su hermana a Francia. Regresó a los dieciocho y se encontró con que la mayoría de los bienes que habían quedado al cuidado de un tutor ya no eran de su propiedad". Sin embargo, con lo que le había quedado y dada su visión de progreso empezó a pensar qué se podía hacer en esos campos. Consideró que hacía falta la creación de un pueblo que facilitara los trámites por los cuales los estancieros debían trasladarse hasta Dolores.
"Su propuesta de establecer una cabecera de partido en su estancia fracasó en un comienzo ya que chocó con los celos de otros propietarios, pues en sus manos quedaba el manejo del Juzgado de Paz, la dirección educativa y la Autoridad Policial", dice la escritora.
Frente a esta dificultad el descendiente de vascos no se iba a dar por vencido y en una segunda estrategia logró convencer a los ingleses de tender un ramal desde General Guido hasta Mar del Plata. Para ello vendió una buena franja de su campo, de lo que iba a ser el recorrido Guido-Juancho. Sabía que el efecto del ferrocarril era de progreso inmediato para toda región donde corriera, y aquí se hizo más necesario dotar a la zona de un asiento de autoridades que terminó siendo sobre sus campos.
El 8 de diciembre de 1907 se hizo el loteo del potrero del Divisadero. Ante la necesidad de que creciera la superficie poblacional a pocos años de su creación se solicitó a los Anchorena que cedieran una pequeña fracción de sus campos quienes lo hicieron con la condición de que en adelante se cambiara la denominación del poblado por el de General Madariaga, en homenaje a un antepasado que había enfrentado a Rosas.
Si bien Zubiaurre quería que el poblado llevara su nombre, cedió y debió conformarse con los demás honores que en estas situaciones se confiere a los pioneros.
Con los años, aquél gran partido dio lugar a otros dos más pequeños. Cuando eso sucedió, Pinamar y Villa Gesell ya eran dos centros veraniegos fulgurantes.
En ese partido centenario hoy conviven las raíces gauchescas con expresiones turísticas. Las fiestas del Gaucho, del Talar y las Noches Camperas son tan acogedoras como el concurso de pesca de pejerrey de la Laguna La Salada.
Todo lo que es recuerdo se vuelve presente en Vivencias y Tala , los dos libros en los que María alude a historias de lugares y personajes. "Rescato a los célebres y a los anónimos, que también fueron pioneros", concluyó la autora
Por Horacio Ortiz
Para LA NACION
 Fuente: El Mensajero de la Costa

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