miércoles, 20 de noviembre de 2013

REDUCCIONES JESUITAS EN LA ZONA DE MAR DEL PLATA 
(2da parte)
por Armando Maronese


El aguardiente tuvo distintos usos; el consumo ritual, festivo y medicinal. Con el tiempo estas aplicaciones perdieron su significado original y el consumo se convirtió en abuso indiscriminado. Poco a poco el aguardiente fue una fuente de recursos económicos para varios sectores de la colonia, desde pulperos independientes hasta representantes de las fuerzas de la supuesta "civilización".
Uno de estos núcleos principales de intercambio en esta región, era conocido como "Vuulcán" (actualmente se conoce como la "Puerta del Abra", entre Mar del Plata y Balcarce).
Por lo tanto, diversas fueron las causas para el fracaso y el exterminio de las reducciones. Pulperos, comerciantes, alcohol, esclavitud, ansias de libertad y expediciones militares. Los misioneros fracasaron en el intento de impulsar un asentamiento estable o pueblo en esta región y de someter pacíficamente a los indígenas. A esta política de captación le siguieron varias expediciones militares, en busca de las salinas del sur de la actual provincia de Buenos Aires. Estas pudieron realizarse sin violencia cuando los acuerdos se respetaban y, otras veces, se convertían en verdaderas campañas militares contra los indígenas, con la consabida masacre de éstos.
Luego de fracasada la tentativa de establecer reducciones jesuíticas, por los reiterados ataques indígenas, a fines del siglo XVIII el gobierno colonial ordenó una nueva expedición. Este viaje de reconocimiento, realizado en el año 1772, estuvo al mando del Piloto Pedro Pablo Pavón y tuvo como objetivo estudiar el terreno para una futura fundación de ciudades.

Finalmente, hacia el año 1786 se realizó -por pedido del Cabildo de Buenos Aires- un estudio acerca de la conveniencia de crear un puerto en la zona del Volcán, dada la distancia que separaba a Buenos Aires del Virreinato, con el puerto de San José, en la Patagonia.

Estos fueron los primeros intentos por crear un pequeño pueblo portuario, un asentamiento permanente en el espacio en que muchos años más tarde, se levantaría la ciudad de Mar del Plata. (Años 1772 y 1786).
La experiencia misionera jesuítica en las sierras de la Puerta del Abra (Vuulcan) y de los Padres, fue el primer intento por establecer una población colonial permanente al sur del río Salado. Para esta corta experiencia (años 1740-1753), el estado colonial utilizó los servicios de los padres de la Compañía de Jesús (jesuitas), que, por 150 años, habían dominado la situación con los indígenas en áreas de frontera.
En el desarrollo del proceso de ocupación, el factor esencial fue aquel al cual se lo denomina erróneamente "indio", pues su verdadero nombre es "indígena". Las realidades etnográficas encontradas por el colono, determinaron la rentabilidad o el fracaso de cada experiencia de colonización. Las respuestas a la pregunta "que es un indígena o que fue para el colonizador", resultan inconsistentes y parciales. Es que "indio" como concepto, como categoría, nace de la compleja situación colonial y denota esencialmente su condición de colonizado.
El referente europeo con que el colono equiparó al "indio" americano, fue al campesino pobre. Ese campesino que vivía "con las bestias", fuera de las murallas de la ciudad, también era -como todas las masas de campesinos pobres- una parte necesaria del plan de "Dios" para la humanidad. Pero como el ser pobre no era ser innatamente inferior en especie, las argumentaciones colocaban al aborigen en un estado de desarrollo incompleto, en una "niñez" que sólo el servicio a un amo, el reconocimiento de Dios y la reducción a la vida, podían hacer madurar. Como si fueran huérfanos, el rey de España era responsable por designio "divino" de completar la formación de esos aborígenes. Los colonos, los clérigos y el aparato burocrático militar, fueron las herramientas.
El carácter rentista de la colonización española y que suscitó la elaboración de este cuerpo ideológico, se canalizó por medio del tributo. El tributo era el impuesto que el "indio" pagaba al rey mediante intermediarios, sólo por ser "indio" y más aún -en cierta medida- para dejar de serlo.
Resta saber, como se gestó el proyecto jesuítico para la zona al sur del río Salado. El eje económico que articuló el espacio Potosí - Buenos Aires, se impuso tempranamente para no abandonar su importancia, hasta que la guerra de la independencia y una nueva coyuntura económica internacional lo cortaron. No obstante, para fines del siglo XVII, en Buenos Aires se comenzó a dejar de dar la espalda al sur. El recrudecimiento de la crisis minera y de la guerra al sur de Santiago de Chile, forzaron este giro.
La primera noticia acerca que las parcialidades indígenas que habitaban la pampa se habían acercado peligrosamente a la ciudad, se halla en un "Acuerdo de Cabildo" del año 1659. En ese año se denunció su presencia en el río Saladillo (actual Salado) y se les ordenó se retiren a sus tierras. Durante el gobierno de Agustín de Robles, en el año 1668, el indio Pampa Veylleichí "descubrió" las Salinas Grandes. La importancia de este hecho en la vida cotidiana del puerto, hizo que se organizasen desde Buenos Aires, incursiones con cierta periodicidad en busca del preciado producto. La violencia se fue incrementando con el correr del tiempo y la Corona de España tomó parte. Una Real Cédula del año 1675, encargó la "reducción y enseñanza de los indios Pampas y Serranos", tarea dificultosa, dadas las características étnico - cultural de los aborígenes.
El problema se acrecentó peligrosamente. Hacia fines del siglo XVII, un pormenorizado análisis de Cristóbal Messía, presidente de las Audiencias de Charcas, definió el problema. Tres jurisdicciones: Chile - Cuyo, Tucumán y Buenos Aires, veían afectadas simultáneamente por estas parcialidades, con la imposibilidad de una acción militar conjunta y coordinada. Realizó una rápida pero exhaustiva descripción de los métodos que habían sido aconsejados y practicados para contrarrestar el problema y desechado por ineficaz - el método de las armas-.

El Río de la Plata integró la provincia jesuítica del Paraguay y en el año 1608, se instalaron en Buenos Aires, según informa la "Carta Annua" del año 1610, el provincial Diego de Torres. No se ha podido obtener información sobre tan temprana incursión de los jesuitas.
Hacia el año 1739 creció la violencia en la frontera sur, debido al liderazgo alcanzado por el cacique Caleilán. Se llegó a un convenio de paz con algunas parcialidades distribuidas en las "Haciendas Españolas", que estaban situadas en los pagos de la ciudad de Buenos Aires. En él se incluyó la instalación de reducciones con misioneros al sur del río Salado, reconociendo límite natural entre ambos mundos.
Del convenio entre el gobierno de Buenos Aires y los caciques aborígenes, surgió en el año 1740, en la margen sur del río Salado, la reducción de Nuestra Señora en el Misterio de su Concepción de los Pampas, bajo la tutela de los padres Manuel Querini y Matías Strobel. Tras seis años, se hizo otro intento 70 leguas al sur. Al nordeste de la actual Laguna de los Padres, el misionero español José Cardiel y el inglés de ascendencia irlandesa Tomás Falkner, fundaron la misión de Nuestra Señora del Pilar de Puelches, en el año 1746. La cercanía del Vuulcán o Volcán (voz aborigen que significa abertura entre las montañas y que hoy se denomina Puerta del Abra y se encuentra en la ruta a Balcarce), ubicaba a esta segunda misión en un lugar estratégico en la intensa circulación de productos que se generaba desde el sur de Chile y se extendía hasta Buenos Aires.
Una cita atribuida al padre Cardiel, muestra un pico demográfico de "5.000 almas", cifra que parece algo dilatada para la zona, pero que nada extrañaría a un jesuita del Paraguay avezado en vivir con los indígenas. Una versión más ajustada, habla de unos 35 toldos que, calculando unos 15 habitantes por toldo da una cifra de aproximadamente 480 personas en la reducción, en mayo del año 1749.
Buscando probablemente una alianza política con los misioneros, arribaron a la reducción del Pilar, en el año 1749, tres caciques tehuelches, con cerca de 80 toldos (unas 1.200 personas). Se solicitó y se aprobó ubicar a éstos en una misión particular a 4 leguas de allí. La cercanía se debió, entre otras cosas, al bajo número de misioneros con que se contaba, ya que sólo uno -el padre Lorenzo Balda- acudió de momento a esta tercera misión: Nuestra Señora de los Desamparados de Tehuelches o Patagones, que se fundó en el año 1749, aunque un incidente auspiciado probablemente por los sensibilizados ánimos de los colonos porteños que veían a los jesuitas, como un obstáculo para su expansión comercial en la frontera y de aquellos otros que veían en las misiones una suerte de "aguantadero", donde el creciente pillaje hacía pie, puso en peligro la autorización del proyecto.
Las misiones, pobladas como era lo común en la orden jesuita, por un reducido número de sacerdotes -de indudable valor, dados los antecedentes de hermanos muertos- se reducían a unos ranchos de tapia con techo de paja, la capilla, una estancia de ganado y una pequeña chacra. No dejaron de utilizar la piedra, muy abundante donde estaban (la zona del Volcán).
La conversión de los aborígenes, se apoyó en dos sistemas que se usaron alternativamente o en forma conjunta, de acuerdo con las circunstancias. Uno de ellos, que se puede llamar "convencimiento", se extendía desde el reparto de regalos, hasta el ceremonial religioso, aparatosamente exhibido y que tuvo en la palabra, uno de sus elementos claves. El segundo sistema, se basaba en la fuerza, lisa y llana.
A pesar de la experiencia y de los métodos, el 24 de febrero de 1751, la Misión de los Desamparados es arrasada por segunda vez por parte del cacique Cangapol (El Bravo) y unos meses más tarde, las amenazas de éste obligan a abandonar la Reducción del Pilar. Los misioneros trataron de fortalecer la Reducción de la Concepción, pero otro cacique, Yahati, la destruye y en enero de 1753 es abandonada.
La pregunta es porque fracasaron los jesuitas. Ya a principios del siglo XVIII, el poder político global de la Orden, había menguado bastante. Durante los reinados de Felipe V y Fernando VI, se inició una disputa por reducir el poder de la Iglesia en España. Este proceso lento, pero firme, finalizó con la expulsión de la Orden de Loyola, en el año 1767 (Carlos III) y con el control estatal de la Inquisición.
Mediante el Tratado de Madrid del año 1750, España y Portugal acuerdan un esquema de límites que obligó a movilizar a siete pueblos, con cerca de 30.000 indígenas. Las protestas de los jesuitas -previas y posteriores al acuerdo- no alcanzaron para disuadir a las coronas ibéricas y el corolario de este entredicho, fueron las famosas guerras guaraníes de los años 1754 y 1756. El resultado de todo este proceso restó a la Orden jesuita, gran parte del apoyo político y militar que reclamaron para las misiones del sur.
En segundo lugar, la inserción económica de las misiones australes en la circulación de mercaderías, no llegó aparentemente jamás a amortizar los altos costos de instalación. La mano de obra utilizada en ellas era exclusivamente de jornaleros, es decir paga, y los regalos con los que retenían a sus potenciales reducidos, eran traídos desde Buenos Aires. Los productos de la tierra obtenidos por intercambio de ganado equino, con aucas y tehuelches, eran los muy apreciados ponchos pampas, botas de potro, plumeros confeccionados con plumas de ñandú, mantas y toda una gama de arneses y recados para montar. La competencia en el comercio de estas mercancías, que circulaban libremente hacia el mundo español por medio de buhoneros y pulperos que los intercambiaban por alfanjes y aguardiente, fue uno de los inconvenientes vitales, que minaron el proyecto de las misiones australes.
La disminución de poder político, tuvo su correlato en el aumento del de sus adversarios comerciales. El volumen del tráfico quizá nunca se sepa a ciencia cierta, pero el dinamismo que se percibe en las "fuentes" es intenso y los misioneros no lograron doblegarlo para sí, a pesar que -a juzgar por su correspondencia- este objetivo ocupó un lugar central en sus preocupaciones.
En tercer lugar, el sustrato indígena -a diferencia del Paraguay- no encontró otro beneficio en la sumisión a los misioneros que -al margen de los regalos- la instrucción en el idioma español, la lengua con la cual "podían fácilmente comerciar con los pulperos españoles, sin necesidad de intérprete". De poco sirvió aquí la situación de excepción de los pueblos jesuíticos (bajo monto del tributo, edad de los indígenas tributarios, exención de todo el servicio personal, no pago de ningún impuesto de circulación, condición especial en el pago de los diezmos, etc.)
Pero el factor fundamental -y que los jesuitas como excepcionales etnólogos, advirtieron pero no pudieron controlar- fue la profunda transformación que se estaba produciendo en el seno de las comunidades aborígenes: el intento hegemónico que realizó Cangapol, el Bravo. Una territorialidad que Falkner pudo "medir" y una influencia política (militar y étnica) sobre otras formaciones, no dejaron lugar para la disputa a poder alguno, ni siquiera menos, a los misioneros jesuitas.

Evidentemente, este conjunto de procesos convergentes, contribuyeron al fracaso de la experiencia reduccional en estas tierras, en las postrimerías de esta etapa de la Compañía de Jesús en la América Colonial.
http://www.periodicodomine.com.ar/articulos_016_reducciones_jesuiticas.htm 

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