miércoles, 20 de noviembre de 2013

REDUCCIONES JESUITAS EN LA ZONA DE MAR DEL PLATA 
(1ra parte)
Por Armando Maronese
Dos procesos históricos de suma importancia, la ocupación europea y las transformaciones internas de las comunidades aborígenes, enmarcan lo acaecido en la zona sudeste de la provincia de Buenos Aires (la zona de Mar del Plata y su entorno), durante el siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX.
Desde los primeros intentos de la organización española en los amplios territorios de América, la zona del hoy territorio argentino, dependió administrativamente del Virreinato del Perú por casi 250 años (desde el año 1545 hasta el año 1776). Las áreas más dinámicas del mismo eran Lima -la capital- y Potosí, el más grande centro minero americano. Hacia comienzos del siglo XVII, esa actividad transformó a Potosí en una de las ciudades más pobladas del mundo, con 150.000 habitantes (cuando Madrid, la capital del Imperio Español, contaba solo con 105.000 pobladores). Este gran mercado, provocó una importante organización del transporte y aumento de la circulación de mercaderías de las distintas zonas, especializadas en un producto (cereales de Chile, tejidos de Tucumán, mulas de Córdoba, etc.).
Por ese entonces, Buenos Aires era "villa" por tener Cabildo y contaba con 7.000 habitantes hacia principios del siglo XVII, teniendo en cuenta que cerca de 1.000 personas eran miembros de la guarnición militar. Se consideraba a Buenos Aires la encargada de cuidar el traslado de la producción minera. Sin embargo, la movilidad económica que generaba el puerto, provocó el surgimiento de una elite polivalente, que la vinculó con el polo minero mediante el ejercicio de un activo comercio -legal, semilegal y, sobre todo, ilegal- al que no escaparon ni particulares, ni funcionarios, ni el clero, originando un dinamismo no planeado.
Durante el siglo XVIII, Buenos Aires comenzó un proceso de crecimiento demográfico, que, si bien fue lento, se aceleró hacia fines de dicho siglo, convirtiéndola en una de las ciudades de América hispana con más aumento de población, unos 40.000 habitantes.
Buenos Aires, se transformó así en un mercado importante para la fértil campaña que la circundaba, generando cinturones de huertas mixtas (quintas), granjas cerealeras (chacras) y, ya un poco más alejados, una zona donde se alternaban la producción de cereales con la de la cría de vacunos, equinos, lanares y mulares, en chacras y estancias. La mayor distancia del núcleo urbano, generaba una zona donde la ganadería reinaba indiscutidamente.
La característica distintiva de la campaña porteña, fue la abundancia de tierras agropecuariamente aptas, que hicieron que la carne vacuna y ovina, fuese barata con relación a otras áreas coloniales. Entonces se produjo un intenso proceso migratorio que hizo que se incrementase la población porteña, consolidando asentamientos que fueron circundando la ciudad.
En el año 1744 se fijó un primer trazo de poblados: San Nicolás de los Arroyos con 510 habitantes y San Antonio de Areco con 341 personas. Ya para el año 1781, la línea de frontera avanzó a través de una línea de fortines y mostró un rumbo concreto, hacia el norte y el oeste. Para ese entonces, San Nicolás contaba con 1800 habitantes y San Antonio de Areco con 1155 personas.
Para la zona sur de la actual provincia de Buenos Aires, donde pastaban libremente miles de vacunos, solo estaba habitada por grandes hacendados latifundistas y el gaucho, donde además de la ganadería, revalorizaban el papel de la agricultura dentro de las actividades productivas de la zona.
Esta diversidad productiva, que implicaba un abanico de actividades para la ejecución de cada una de ellas, era realizada en distintos tipos de explotación. La gran estancia, con mano de obra esclava y asalariada, es sin duda el tipo más estudiado. Sin embargo, ésta debe considerarse teniendo en cuenta el medio socio - económico en que se encontraba inmersa.
La ocupación efectiva de la zona, tenía como retaguardia el río Salado y su perfil se constituyó en una franja de frontera hasta el año 1820. Pero era un área permeable, con un intenso intercambio y movilidad que no excluía malones indígenas hacia Buenos Aires o expediciones españolas hacia las Salinas Grandes.
Al sur del río Salado, se destacaban las sierras, arroyos, lagunas y la soledad de la pampa, pero no aparecían pobladores ni asentamientos. Los indígenas que vivían al sur del río Salado, en las sierras del Tandil, Ventania y Volcán, eran en gran medida, criadores de ganado nómada. Se trataba de rodeos cuidados y controlados, cuya movilidad estaba determinada por los ritmos estacionales y las necesidades de pastos y agua. Las excepcionales condiciones del medio en que vivían, favorecieron la concentración de hombres y ganados y el establecimiento de una compleja red de intercambios comerciales, que fue la base de la prosperidad de esas comunidades indígenas. La riqueza ganadera de los indígenas, no solo mantenía a una población más o menos numerosa, sino que además alimentaba un activo comercio en un amplio circuito mercantil, ya sólidamente establecido en la segunda mitad del siglo XVIII.
Mientras ocurría en la sociedad indígena pampeana, las transformaciones que ocasionaba la incursión española, el estado colonial se proponía otros cambios en el orden político, ya que se iniciaba la expansión de su frontera sur sobre el territorio indígena.
Para ello, utilizó los servicios y experiencias de los misioneros jesuitas, quienes ya habían fundado otras Reducciones con el fin de afianzar el control del imperio español sobre el territorio y la población indígena.
La consolidación del sistema económico y el grado de prosperidad alcanzado, son elementos que explican los años de relativa paz -con una clara delimitación de los territorios a ambos lados del río Salado-, entre los años 1790 (cuando se establecen acuerdos estables de comercio entre los indígenas y las autoridades coloniales) y el año 1820 (época en que se iniciaron cambios estructurales para la zona rioplatense, que hizo retomar el avance de la frontera hacia el sur).
En el seno de estos procesos y hacia mediados del siglo XVIII, la experiencia jesuítica intentó modificar las relaciones establecidas, avanzando más allá del río Salado, por la costa, hacia la zona que hoy abarca el partido de General Pueyrredón.
Los sacerdotes de la Compañía de Jesús, se instalaron al sur del Río Salado entre los años 1740 y 1753, con el fin de establecer una población permanente en la frontera del estado colonial. Su intención fue la de sedentarizar e instruir a los indígenas en la doctrina cristiana. Convencidos de la importancia de su tarea, establecieron varias reducciones en la región, pero además, esto servía al interés del estado colonial español para el avance de sus tropas, con la finalidad de ocupar los territorios indígenas. Por ello fue que se intentó la instalación de misiones jesuíticas. El plan de política defensiva ante la conflictividad indígena, motivó al Provincial de la Orden, Bernardo Nusdorffer a destinar, en el año 1739, a los padres Mathías Strobel, Tomás Falkner y José Cardiel -entre otros- con el fin de establecer misiones para domesticar a los indígenas.
La primera reducción, fue la "Reducción de Nuestra Señora en el Misterio de su Concepción de los Pampas", fundada en año 1740 en la margen sur del Río Salado, por los padres Manuel Quevedo y Matías Strobel. La segunda fue la "Reducción de Nuestra Señora del Pilar de Puelches", fundada en el año 1746 cercana a la margen de la actual Laguna de los Padres, por los misioneros José Cardiel y Tomás Falkner.
Finalmente, la "Misión de los Desamparados de Tehuelches o de Patagones", fue fundada en el año 1749 a cuatro leguas al sur de la anterior, por el padre Lorenzo Balda. Estas reducciones tuvieron como objetivo principal, controlar y reducir a las parcialidades indígenas, en un sitio estable y neutralizar con ello su nomadismo.
Los nombres indígenas impuestos a las Reducciones (Puelches, Pampas, Tehuelches y Patagones) fueron tomados de las denominaciones con que los españoles y jesuitas identificaban a las parcialidades o grupos étnicos. Estos nombres impuestos, tal vez no fueron similares a los que los mismos indígenas usaban para autoidentificarse.
La Reducción del Pilar, estuvo ubicada en la región conocida en ese entonces como "El Vuulcan" y funcionó durante unos cinco años. Fue autorizada a ser un pueblo y tener un cabildo integrado por caciques, aunque no se sabe si estas acciones fueron llevadas a la práctica.
El padre Cardiel contaba con una larga experiencia en la convivencia con los indios guaraníes, abipones y mocovíes, en las reducciones del nordeste del Virreinato. Pero el nuevo desafío que significó el encuentro con los pampas y serranos, tropezó con serios obstáculos que tornaron imposible el establecimiento y control de esas parcialidades indígenas.

Este párrafo pone de manifiesto, el tipo de vinculación que existió entre los pobladores de la frontera y los grupos indígenas. No siempre hubo conflicto o guerra, sino que existieron largos momentos con relaciones de intercambio de productos, generando un comercio informal protagonizado por vendedores trashumantes y pulperos. Estas formas crearon una dificultad real en la labor misional de los jesuitas, en particular sobre el control y conversión de dichos aborígenes.

Se observa a través de esta extensa descripción, como trataba el padre Cardiel de identificar a los distintos grupos indígenas que habitaban la región, hasta aquellos de las proximidades de la Cordillera. Obteniendo la información de los que se acercaban a la Reducción del Pilar, aceptando -en mayor o menor medida- las condiciones que establecían los misioneros para familiarizarse en la convivencia de un sitio estable y la obtención de alimentos, de la agricultura y el engorde del ganado.

Las preocupaciones cartográficas del padre Cardiel, han dejado algún testimonio sobre la noción espacial de la época y ciertos rasgos de la región.

En el relato de la expedición que realizó en el año 1748 al valle del Río Colorado, se encuentra su descripción de la costa atlántica con una sobria visión.

Sobre la región del Volcán, coinciden ambos jesuitas en destacar la calidad de la pastura y la bondad del suelo para su cultivo y que en la zona costera es posible encontrar buenos lugares para el engorde de ganado. En la zona del puerto sobre el actual arroyo del Barco -canalizado- se encontraba la "Estancia del ganado del pueblo del Volcán", que era un establecimiento rural dependiente de la Reducción del Pilar, que se supone cumplía la función de engorde de la hacienda jesuítica.
Los dos jesuitas vuelven a compartir la apreciación respecto de la utilización económica que hacían los indígenas, de las manadas de lobos marinos en el hoy Cabo Corrientes.

La "Reducción de los Desamparados" tuvo una vida muy corta, de pocos meses. Posiblemente estuvo destinada al control de un grupo étnico particular, que los jesuitas identificaron como Tehuelches.
Esta experiencia jesuítica fracasó por varios motivos. A la política virreinal que propició la expulsión de los jesuitas de América, se sumó el poder del cacique Cangapol (apodado por los españoles "El Bravo"), que en agosto de 1751, destruyó las Reducciones de Los Desamparados y del Pilar. Además, el aguardiente influyó en los indígenas establecidos en las reducciones. Durante el siglo XVIII, las etnias que habitaban la frontera sur de la ciudad de Buenos Aires, gestaron importantes procesos de transformación en sus estructuras socio-culturales. El aguardiente fue un producto de intercambio que utilizaron miembros de la sociedad colonial para acercarse a las etnias locales. Los nativos ya conocían las bebidas alcohólicas y usaban diversos frutos para su elaboración partiendo de especies locales como los piñones y la algarroba y de otras formas de origen europeo, como la manzana.
Hubo por lo menos, cuatro maneras diferentes de acceder al aguardiente. Una fue a través de los pulperos que comerciaban en las tolderías cercanas a la Reducción del Pilar. Otras a través de las expediciones oficiales destinadas a la obtención de sal y que, en su paso por la región, intercambiaban la bebida alcohólica por productos indígenas, como las artesanías de cuero, los pigmentos minerales, las plumas de ñandú y la sal misma.
Por su parte, algunos indígenas aislados accedían al aguardiente cuando llegaban hasta los pueblos, estancias o pulperías para obtener algunos bienes y poder intercambiarlos en sus propias tolderías, o cuando realizaban arribos periódicos o estacionales a Buenos Aires, donde se abastecían de productos europeos.
CONTINUARÁ…
http://www.periodicodomine.com.ar/articulos_016_reducciones_jesuiticas.htm 

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